El cambio a través de una historia | Mi experiencia en el J.M de los Ríos



      Hace dos días aproximadamente una de mis amigas de la universidad llegó a nuestro grupo con una actitud que no suele tener . Ella es una chica alegre y cariñosa con todos, pero aquel día se encontraba cabizbajo. Optó por sentarse a mi lado junto con su novio, que también es amigo mío, y cuando detallo su rostro tenía los ojos vidriosos; parecía haber estado llorando. En ese instante le pregunto qué le había ocurrido , a lo que me comenta que estuvo en el Hospital J.M de los Ríos en una jornada para dar regalos navideños a los niños que allí se encontraban, pero como es evidente la realidad que le tocó ver allí la golpeó muchísimo. Para cerrar su historia, ya con ganas de llorar otra vez, me dice : " Recuerdo cómo te encontrabas en aquellos días de pasantías, Made, y ahora te entiendo perfectamente". Esta afirmación hizo que retrocediera en el tiempo y recordara mi estadía allí .

      En varias entradas que he escrito mencioné en varias oportunidades que fui pasante en el J.M de los Ríos,  pero nunca me he extendido ni he dado detalles sobre el tema. Sin embargo hoy amanecí con ganas de contarles mi historia a profundidad con la intención de hacer algo de catarsis y llegar una humilde reflexión. 

      El pensum de Educación contempla una cátedra de aplicación llamada Práctica Profesional. Para el momento en el que yo la cursé se dividía en cuatro partes, y se ajustaban al grado de competencias que el estudiante de la carrera debía consolidar. En el primer año era la práctica de observación, segundo y tercer año planificación y creación de PPA ( Proyectos Pedagógicos de Aula) y el cuarto año la Práctica Profesional no Convencional, es decir, la enseñanza fuera del aula regular; se asemeja un poco al Servicio Comunitario, pero con estructura de planificación y ejecución común. 

      El año pasado ( mi cuarto año) fue mi turno para cursar la materia. Sentí por un momento que al ser las últimas pasantías iba a ser todo un reto. Los docentes nos proponen los centros para realizarlas y yo seleccioné el J.M de los Ríos. La semana siguiente mi profesor nos llevó al centro de salud donde nos atendió la coordinaroda de la Escuela Hospitalaria y nos explicó más o menos el ambiente de trabajo y cómo debíamos manejar las situaciones que allí se nos iban a  presentar, porque eso literalmente es "el pan nuestro de cada día". Yo personalmente me asusté, pero dentro de mí sentía que debía pasar por aquello por cosas de crecimiento personal. Luego de la charla nos dividimos en pareja para quedar mi compañera y yo el el Servicio de Hematología.   A modo de aclaratoria les comento que el Servicio de Hematología atiende alteraciones sanguíneas, como por ejemplo leucemias, anemias y linfomas. 

      Una semana después ya mi compañera y yo estábamos vestidas de enfermeras para dar inicio a la Práctica Profesional IV. A pesar de que estábamos muy nerviosas ( por falta de costumbre, por dar lo mejor y por el simple temor a lo que íbamos a ver) acudimos con ánimo al servicio, y allí empezó la batalla que duró casi ocho meses seguidos. ¿ Por qué una batalla? porque allí como regla hay que saber pelear contra las dificultades y contra el cáncer. 

     En esos casi ocho meses mi compañera y yo no fuimos solamente las docentes. Jugamos el rol de enfermeras, hermanas mayores, amigas de los padres, aveces ayudantes de los médicos con favores pequeños, etc. Todos éramos una comunidad de apoyo con un fin común: brindarle una mejor calidad de vida a aquellos niños que luchaban contra una enfermedad terrible que no les dejaba desenvolverse como querían. En ese tiempo ella y yo tuvimos que guardarnos las lágrimas en el fondo del cuerpo para ser optimistas y hacerles reír a todos, así como también promover la participación en las actividades hasta que los llamaran para que pasaran a pabellón para que les fuese practicados los procedimientos de rutina, que no eran nada fáciles, por cierto, y creo que acostumbrarnos a eso fue lo más complicado, pero lo logramos. 

     Y hablando de acostumbrarse, eso se materializó fue casi a los últimos meses de las pasantías. Antes de consolidar la costumbre pasamos por el típico duelo, no sólo porque en efecto varios de nuestros niños perdieron su lucha contra el cáncer, sino el duelo de vivir el sufrimiento humano  con otras personas. Cada vez que un niño pasaba al quirófano era una zozobra para mi compañera y para mi, pero afortunadamente siempre salían con bien de allí. Otra cosa que nos hacía sentir en el fondo del abismo ( disculpen lo exagerado pero no encuentro otra forma de describirlo) era ver las lágrimas de los padres y muchos niños ya desahuciados o con síntomas que ya indicaban que algo no estaba bien; o inclusive atender niños que antes solían ser activos y que para ese entonces ya no tenían fuerzas de nada y nos pedían disculpas por ello. No era sorpresa ni una conducta inapropiada el terminar la jornada con el ánimo por el piso y con lágrimas en los ojos ( allí entra el comentario de mi amiga) , así como tampoco el decirse a uno mismo en medio de la tristeza " no puedo más con esto", pero siempre estaba la motivación de seguir adelante, bien sea entre nosotras, con nuestros profesores, amigos y familia, o por nuestro propio instinto y sentido común.  

      En este cuento no todo es tan malo, porque no siempre todo es malo. Era hermoso ver como todos nos esperaban ansiosos cada martes, y no sólo hablo de los niños, sino también los padres, familiares y médicos. Debo confesar que uno de nuestros miedos como equipo era que llegase a existir un muro entre las partes, pero nunca nos pasó. Los padres siempre fueron cariñosos y abiertos con nosotras y con los demás. El cuerpo médico nos dejaba trabajar, trasladarnos libremente por el espacio y ayudarlos con lo que fuese necesario, es decir, éramos dos miembros más del equipo y eso nos hacía sentir de maravilla. Todavía estoy agradecida por ello. 

     Una de las recomendaciones que nos dio nuestra coordinadora por nuestro bien espiritual fue el no compenetrarse mucho con los niños para evitar que nos doliera tanto su realidad, pero eso fue técnicamente imposible. El amor que dábamos fue igual de grande que el que recibimos. Siempre hubo intercambio de abrazos, besos, regalos y fotografías. La foto que encabeza esta entrada es uno de los mejores regalos de navidad que recibí el año pasado y que todavía conservo. Por cierto, debería decorar mi cuarto con ellos aprovechando la fecha en la que estamos. 

    Todo lo que les acabo de contar tuvo un final acorde a mis expectativas. Mi compañera y yo sobresalimos en la Práctica Profesional IV obteniendo una calificación de  20 y un reconocimiento por parte del hospital. Sin embargo la calificación pasa a ser irrelevante cuando lo emocional y lo afectivo se imponen. Más valioso que ese 20 fue ver la sonrisa de cada niño y ese ánimo por luchar, el abrazo y la confianza de los padres, el agradecidimento de los doctores y el huequito que dejamos para la historia del Servicio de Hematología. Al principio fuimos pasantes pero con el transcurrir de los días nos convertimos en algo más. Ya no éramos las estudiantes que íbamos para ganarse una calificación sino dos chicas con vocación de servicio para ver una sonrisa entre momentos de tristeza y penumbra. Más allá del 20 estamos felices, todavía en esta fecha, por haber hecho algo realmente valioso por el prójimo. 

     Fue una experiencia de crecimiento personal. Actualmente doy gracias a Dios todos los días por estar sana, por lo que tengo, por mis capacidades e incluso por mis errores, porque de ellos he aprendido. Hoy valoro a mi mamá y a mi papá más que nunca, al igual que a mis amigos que siempre han estado de mi lado para apoyarme y hacerme sentir querida. Hice más fuerte mi carácter y volví a aprender a distinguir entre lo que es "un problema" y un problema de verdad. Cada vez que cruzaba la puerta del J.M de los Ríos al culminar la jornada le decía a mi compañera " perdemos tanto tiempo en estupideces y nos quejamos por tantas cosas superfluas que parecemos estúpidos". 

    Este post no lo fabrico con ánimos de dar lástima. Con mi historia, queridos lectores, quiero hacerles llegar una breve reflexión. Valoren siempre lo que  tienen y vean más allá de lo que ven. No siempre los problemas son problemas de verdad. Quieran con fuerza a sus seres queridos y ayuden a quien realmente lo necesita, sea con una donación, un servicio comunitario, un voluntariado , pero háganlo. Es duro pero resulta necesario vivir experiencias de esta naturaleza para crecer y hacer madurar nuestro lado humano.

Sé parte del cambio. ¡Únete y comparte!
     

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