Entre el café y otras adicciones



     Para aquel entonces era 1983, cuando Leonard y Virginia se conocieron. Apenas estaban cursando el primer año del nivel universitario de Psicología. Como primer contacto se tropezaron en la entrada del salón, ya que por mera travesura del destino, los dos llegaban tarde a la primera clase de la jornada. Un ¡disculpa! Simultáneo se escuchó en todo el salón, ya que interrumpieron al profesor en su largo sermón introductorio sobre la materia de Psicología General.
       Virginia solía ser una muchacha sencilla y tranquila. Nunca estaba sola, siempre iba acompañada de sus dos mejores amigas: Vecky y Margaret. Las tres compartieron la mayor parte de la infancia y la adolescencia completa, por lo cual se puede decir que eran “un libro abierto” mutuamente. Por su parte Leonard era un chico recién mudado a la ciudad de Boston. No contaba con muchos amigos hasta entonces, porque estaba decidido a emprender su carrera universitaria sin distracciones. Sin embargo, gracias a ese evento “bochornoso” del primer día de clases, él se unió al grupo de Virginia, no sólo para estudiar, sino para compartir tanto en el campus como fuera del mismo.
       Y así pasaron los años dentro de la universidad. Ambos se unieron de una forma curiosa. Leonard no podía estar mucho tiempo alejado de su estimada amiga y compañera Virginia, y viceversa. Ya en el último año de la carrera,  tras convivir juntos durante cinco años consecutivos, en la fiesta de despedida, ambos se dieron lo que sería su primer u único beso.
        Lastimosamente Virginia debía viajar a Londres a trabajar, ya que tuvo facilidades gracias a sus padres de salir del país en búsqueda de una nueva vida. Leonard por su parte decidió mudarse a Brasil, donde de igual forma ejercería su actividad profesional, enmarcada en el contexto de los más necesitados.
       La comunicación entre ambos solía ser constante los primeros años, ya que si bien es cierto que nunca le colocaron nombre a su relación, se amaban, y eso era algo indudable. Sin embargo la distancia fue excesivamente determinante, y por ello decidieron dejar las cosas como estaban, siendo los mejores amigos de las clases de Psicología en la universidad, pero el tiempo, cruel enemigo de todos, optó por aligerar la necesidad de platicar, y las cartas que se enviaban con bastante frecuencia entre ambos, comenzaron a disminuir, hasta desaparecer totalmente del listado de cosas y asuntos pendientes por recibir en el buzón de la entrada de sus hogares.

       Treinta años después, Virginia y Leonard no son los mismos. Ella se unió en santo matrimonio  con un reportero de Londres en 1991, y a raíz de ello nacieron lo que hoy en día son sus hijos. Leonard se casó dos veces, peor ambos matrimonios fueron intentos fallidos por ser feliz. Tampoco tuvo hijos con ninguna de sus dos ex esposas. Leonard convivía con la soledad en la tierra ardiente de Brasil.
       Nuevamente el destino hace una de sus jugarretas. En agosto del año 2013 tanto Virginia como Leonard viajan a Boston para revivir los recuerdos más gratos y satisfactorios del pasado de cada uno. Virginia se instaló con su familia en un hotel de la ciudad, un tanto lujoso e impecable. Por su parte Leonard prefirió algo más modesto, acorde a su personalidad: un humilde  motel.
       Fue una semana nostálgica para los dos. Aferrados a sus recuerdos, caminaron por los lugares que una vez frecuentaron de forma individual, hasta llegar a la universidad en la que ambos estudiaron psicología. Era sábado, el campus estaba abierto, el sol era inclemente, todos los jóvenes estaban en shorts y camisetas para apaciguar el calor que emanaba en el recinto. Nuestros caminantes se adentraron allí y observaban todo con detenimiento. Cada rincón tenía una historia, un momento simbólico, algo especial. Ambos sin verse o siquiera encontrarse, subieron una pequeña colina en la que estaba la facultad de Psicología.
       Los pasillos estaban vacíos y las lámparas apagadas. La única luz que emanaba era la que atravesaba los ventanales del edificio. Cierta añoranza se apoderó tanto de Leonard como de Virginia. Estuvieron caminando el mismo recorrido tres veces, palpando cada pared, cada silla, visualizando cada ventana, cada poster informativo, apareciendo los detalles como si no existiese otra oportunidad, eso sí, nunca se encontraron.
      Virginia recordó a su compañero  de clases de forma entrañable. Leonard recordó a su primer y verdadero amor real. Fue imposible que eso no ocurriera en esa escena. Como si sus mentes fueran una película, cada uno evocó el retrato de los enamorados de sus años dorados. Ambos sonrieron y suspiraron, pero seguían sin encontrarse.
      Después de marcharse de la facultad se dirigieron por mero impulso al último lugar añorado que les faltaba por visitar: La Cafetería. Retrocediendo un poco, fue allí donde Leonard y Virginia podían tener un poco más de intimidad antes de ser novios oficialmente. El amor fue una esencia aromática que se mezclaba con la del café y el chocolate que allí preparaban. Buscando esconderse para evitar los prejuicios de los demás, siempre se refugiaban allí. Se situaban en el lugar menos visible del establecimiento, manteniendo la intención de ocultarse. Para la época la cafetería estaba alumbrada por luces rojas y amarillas, con las paredes de madera y colgando de ellas afiches de automóviles o cuadros abstractos, pero muy llamativos. En la Rockola siempre sonaban los discos de Bon Jovi, teniendo como  canciones predilectas  Never say Goodbye o I’ll be there for you. Por alguna razón eran las favoritas de la clientela en general, pero más para nuestros protagonistas.
     Fue curioso para los jóvenes que ocupaban al recinto, ver personas tan  adultas circundar por los alrededores, sin embargo más curioso fue el hecho de que los dos caminaran en dirección al mismo rincón. Allí el destino cumplió su misión, ya que en efecto se encontraron frente a frente.
-       ¿Leonard? – Preguntó Virginia impactada. No había visto al chico con el que estudió cinco años en la universidad y quien ocupó un lugar importante en su corazón desde hacía treinta años con exactitud.
-       ¡No puedo creerlo!, ¿Virginia eres tú? – En la misma incertidumbre exclamó inquieto.
        Ciertamente treinta años no pasan en vano. Ella poseía el cabello corto teñido de color café, y una indumentaria muy chic acoplada a la moda de Londres. Las líneas de expresión se notaban en sus ojos, así como también unas ojeras muy sutiles producto del cansancio, pero igual seguía siendo una mujer hermosa. Él por su parte portaba una indumentaria bohemia, con una barba incipiente y un poco moreno por el sol que cae sobre Brasil. Tenía el cabello largo con ciertas canas bastante visibles. Había adquirido el hábito de fumar, cosa que en la universidad no tenía. Al igual que Virginia, en su rostro se denotaban los años y el cansancio.
       Se sentaron en el rincón que desde siempre fue suyo. Pidieron la misma bebida que consumieron en sus años dorados: Café con crema batida por encima y tostadas. En otros lugares habrán pedido la misma orden, pero nada como el modo de preparación de la cafetería del campus. Era un elipsis, era magia, era el recuerdo de muchos momentos agradables.
       Mientras comían y bebían, conversaron sobre la vida que continuó después de finalizar el intercambio de cartas continuo que mantuvieron por un largo período.  Ella no sólo trabajaba en el área de psicología, sino también en el diseño de modas. Le contó a Leonard sobre su matrimonio actual y sobre sus hijos, así como también lo aburrida que era la vida en Londres porque la gente era poco animada comparada con América. Él por su parte se dedicó a apoyar a los necesitados en sus problemas personales, muchas veces no cobraba su trabajo porque las carencias que observaba en el contexto en el que se encontraba sus pacientes era bastante precario y limitado. Como hobbie había optado por empezar a escribir historias. Tenía cuatro libros escritos sin publicar, ya que no quería compartir con nadie la magia de sus líneas.
       La  charla se redujo a chistes relacionados con la época universitaria, en especial de su corta relación. Sin saberlo, los dos se comenzaron a reír de las tonterías que cometieron siendo jóvenes enamorados. Recordaron sus cientos de fugas a la cafetería para decirse entre sí cosas cursis, las visitas a escondida al parque que se encontraba detrás de la facultad, sus dedos entrelazados en el autobús y en las clases, los viajes a la playa los fines de semana, y el hermoso beso del baile de graduación. Las risas se mezclaron con algo de tristeza, ya que descubrieron que entre los chistes de su pasado y el aroma del café, aún estaba vivo el amor. Ese sentimiento dormitó durante treinta años, y despertó en el momento en el que el destino los colocó en un breve reencuentro para conversar acerca de sus vidas, de lo que fue el “después de ti”.
      Se dieron el permiso dejugar un poco. En la misma mesa donde estaban Leonard tomó las manos de Virginia y  besó sus nudillos, y no dejaba de repetirle que era la mujer más hermosa que había conocido en su vida. Acto seguido, entrelazaron sus manos. Entre sus dedos pudieron percibir el calor que ambos emitían, así como también sintieron correr la energía como una especie de conexión. Virginia se dejó llevar, y se acercó a él para darle un beso en la mejilla, pero la intención de Leonard fue rozar los labios de su amada una vez más, cosa que en efecto ocurrió.
       Durante una hora los dos recordaron lo mucho que se amaban en su juventud. El olor a café seguía impregnando el lugar. Cuanto más intenso era, más intensa era la necesidad de seguir el juego. Por mala suerte el celular de Virginia sonó. Era su esposo, quien se encontraba preocupado porque ya eran las 8:00 pm y ella aún no estaba en el hotel junto con sus hijo y él. Virginia sintió algo de culpa, y una lágrima se escapó y rodó por sus mejillas. Leonard la secó  rozando sus dedos en su rostro, se acercó a ella, y le dijo al oído que quería sentir sus labios otra vez antes de que se fuera, porque sabía cuánto tiempo pasaría para que ambos volvieran a verde nuevamente.
      Ella accedió. Ambos se dieron un beso muy parecido al que tuvieron la oportunidad de sentir el día del baile de graduación. Acto seguido de esto, ambos tomaron la taza de café que tenía cada uno, la levantaron y brindaron por ese amor que jamás caducará, por muchas ataduras y distancia a la que estén sometidos. Dieron un sorbo, Virginia se levantó, le deseó suerte a Leonard en su vida, se perdió en la multitud, y desapareció del campo visual del hombre bohemio que había estado con ella durante dos horas.
      Un encuentro fortuito que le demostró a ambos que el primer amor nunca se acaba, y que puede resultar tan adictivo como cualquier droga que se conozca. 

Madeline Rodríguez. 



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